De la novela
Epilogue, de
Anne Roiphe, recuerdo un párrafo en particular donde hablaba de lo
sencillo que le había sido siempre llorar con emociones sencillas. Un anuncio en
el que un niño corría a los brazos de su padre, los finales felices de las
películas o uno triste era suficiente para que las lágrimas
acudieran a sus ojos. Sin embargo, cuando a su marido se le detuvo el corazón y falleció, eso también paró; ya no podía llorar. Su conclusión, entonces, fue
que brotaban cuando la situación que las atraía era ficticia. Pero
cuando se trata de una absoluta realidad, el organismo que conecta corazón,
cerebro y lágrimas se bloquea; no fluye.
Yo
también soy de las que lloran con los finales tristes y felices. Romántica,
emocional, sensible y todos los adjetivos que casan con esos a los que el
sentimiento les pierde, me quedan como un guante. Pero, curiosamente, cuando
estaba embarazada, fui al cine con mi amiga a ver
Mother and Child, un verdadero
drama con el que no derramé ni una lágrima. Ella, sin embargo, agotó sus
pañuelos y los míos.
Qué raro, pensé entonces. Y no fui la única,
mi amiga
también estaba perpleja.
Realmente
no era que no sintiera nada al ver aquellas escenas, no es que no me pusieran
tristes; supongo que sí, pero me sentía algo anestesiada frente al drama. Una
vez nació Teo, todo volvió a lo de antes, diría que peor. Ahora me emociono
incluso más fácilmente, hasta el punto de sentirme ridícula en ocasiones. Teo
consiguiendo construir una frase; un desayuno en familia con música de fondo;
un beso robado; un final feliz; uno triste; una vista bonita; el agradecimiento
de otra persona; varios puestos de flores juntos. No todos me llevan hasta las
lágrimas, pero sí me conmueven; y la lista es mucho más larga.
La
capacidad de emocionarme, me hace sentir viva. El instante de emocionarme,
limpia mi alma. Sí, un torrente de agua a presión que arrastra las
preocupaciones y los absurdos, propios del hecho de ser humana.
Si
Anne Roiphe cerró compuertas cuando perdió a su marido, y yo cerré
las mías cuando esperaba a Teo, me preguntó cuál es la relación. Una por
vacío, otra por lo contrario. ¿Tal vez un shock imperceptible de saber, sin
saberlo, que ya nunca más seríamos la misma persona que éramos hasta entonces?
¿Qué
se os ocurre a vosotros/as? Me intriga esta conversación. ¿Os ha pasado alguna vez esto de quedaros sin lágrimas?
(Imágenes originales via Pinterest de
Attie y de
Amanda)