Tengo que irme de viaje, otra vez. Es lo que tiene el trabajo, lo se, es lo que toca pero, en vez de llevarlo cada vez mejor, creo que
lo llevo cada vez peor. Y Teo seguro que se pone otra vez rarito o triste. Espero que no llore cuando me vaya, y me sabe fatal no poder decirle toda la verdad, que me voy cuatro días, que en cuanto termine la última reunión, vuelvo pitando y que lo entienda, lo asimile y lo acepte. En vez de eso, por consejo de todos que ni siquiera estoy segura si debo seguir, le cuento -o mejor dicho, dejo que le cuenten- la milonga de que voy a hacer unos recados y vuelvo enseguida…
Ya en la puerta del ascensor despidiéndome de él en brazos de su abuela, una chispa prende en mi cabeza y le digo que esta vez voy a ver a
Santa Claus al Polo Norte, a comprobar si le está fabricando
la bicicleta azul que él le ha pedido por Navidad. Es septiembre aún pero, bueno, ya debería estar en ello si quiere tener todo acabado para cuando lleguen las fiestas. De repente, se le cambia la cara, no llora, me da un beso y queda conforme.
Mientras estuve fuera no lloró ni preguntó por mi con melancolía. En vez de eso, pasó los días informando a todos de mi particular viaje.
Pocos después de mi vuelta, escribimos una carta a Santa Claus enviándole besitos y dándole las gracias por estar trabajando duro en su bici, y de paso recordarle que había sido muy bueno y que quería una cosita más. Es decir, que escribimos la carta en toda regla.
A partir de aquí, cuando salía el tema de Papá Noel, aprovechamos para informarle de que cuando viniera a traerle los juguetes, él debía entregarle su chupita (el chupete) a cambio, para demostrarle que era grande como para recibir una bicicleta, y que además Papá Noel sabría bien qué hacer con ella. Idea de Juan, por supuesto, porque si hubiéramos esperado a que a mi no me diera pena que mi ya-no-tan-bebé deje de ser bebé, pues igual cumple antes los ocho años… Grr.
Vinieron más viajes y el recurso de la visita al Polo Norte continuó funcionando. También seguimos hablando con bastante frecuencia de entregar la chupita a cambio de los regalos. Él no parecía querer darle mucho crédito a esto, y si comentaba algo al respecto era, por supuesto, que no le iba a dar la chupita. No, no, no. Su tesoro más preciado no era para regalarlo a un señor cualquiera que no había visto sino una vez, el año anterior, cuando aún no entendía qué era la Navidad ni todo ese jaleo que se formaba alrededor de ella.
Así seguimos hasta que
acabaron los viajes y llegaron las fiestas. Teníamos serias dudas por no decir
todas las dudas y más acerca de si Teo sería capaz de dejar el chupete, por lo que intentamos prepararnos mentalmente de que tras la visita de Papá Noel, vendrían unos días -o quién sabe si semanas- muy duros.
La noche del 24 de diciembre guardamos en un armario todas sus chupitas; la mañana del 25, justo antes de que se despertara, retiramos de su cama la última. Juan lo hizo (otra vez él, si).
Al levantarse, lo distrajimos enseguida antes de que la mencionara con preguntas acerca de si Papá Noel habría pasado por nuestra casa, bla bla. No sirvió de nada. No encontraba su chupita en la cama. "¿Y mi chupita, mami? ¿Dónde está mi chupita?". Juan rápidamente respondió: "aaah! Teo!! Tu chupita no está aquí! ¿Será entonces que ha venido Papá Noel y te ha dejado los regalos que pedías?".
Nos dirigimos hacia el árbol y
allí estaban la bicicleta y algunas sorpresas más. La ilusión taponó cualquier posibilidad de pensar en la chupita. Pasaron varias horas hasta que volvió a preguntar por ella. En ningún momento queríamos que Teo pensara que Santa Claus era el hombre barbudo robachupitas, por lo que le dijimos: "
cariño, tu chupita ya no está aquí, ¿recuerdas? Se la llevó Papá Noel para dársela a los bebés chiquititos que la necesitan. Y tú ahora eres tan grande que tienes una bicicleta azul!!!".
Hoy es día 15 de Enero y sólo podemos decir que, una vez más, nuestro hijo nos ha dado una lección. No hemos tenido ningún problema a la hora de dormirlo sin chupita; no ha llorado por su chupita ni una sola vez; la menciona en muy contadas ocasiones y, tras explicarle exactamente lo mismo que he descrito unas líneas más arriba, queda convencido y continúa haciendo lo que esté haciendo.
Somos los padres los que generamos los miedos y las inseguridades, los que nos hacemos unos castillos absurdos de problemas que vamos/van a tener. Son más prácticos y listos que nosotros. No hay duda.
Hace unos días, tranquilamente, nos informó de que iba a devolver los juguetes a los Reyes Magos y a Papá Noel, porque él no quería juguetes, él quería su chupita. Se lo dijo a su abuela, me lo dijo a mi dos días más tarde y se lo dijo a su padre ayer. Todos le hemos contestado que "ok, amor, hablaremos con ellos el año que viene a ver qué opinan, pero ya sabes que la tiene un bebé al que le hace mucha más falta que a ti", y otra vez, sosegadamente, vuelve a sus quehaceres.
He dejado de cruzar los dedos para que no retroceda en este camino y lo pase mal por la chupita. Confío en él y en su templanza porque me ha demostrado que es mucho más perspicaz y maduro de lo que creímos que sería.
Cuánto vales y cuánto nos enseñas tú a nosotros,
Teo bonito.