Cuando tenía catorce años, un buen día anuncié en casa:
- Me voy a hacer otro agujero en la oreja. Voy a ponerme un pendiente aquí arriba.- dije señalando la parte alta de la oreja, un poco por debajo de la curva.
Mi madre, siempre comprensiva, estuvo de acuerdo y le pareció hasta divertido.
Mi padre en cambio, que ese mismo día volaba a
Madrid por unos días, se encargó de dejarme bien claro que ni se me ocurriera agujerear nada y que bajo ninguna circunstancia pensara en aprovechar su ausencia para hacerlo.
Por supuesto, lo hice mientras estuvo fuera. Tenía catorce años, esa edad en que, sin ninguna mala intención que lo propicie, se hacen tantas cosas sin sentido y desobedientemente.
Lo de sin sentido no va por lo de mi nuevo orificio. Seguramente fue la primera prueba de amor consciente que superé. Mi chico de entonces -obviamente, mi primer chico- y yo habíamos empezado a salir hacía un par de meses. Supongo que fue dando un paseo por el parque o sentados mirando al mar, que era básicamente lo que hacíamos -ah sí, además de ir en su moto- cuando él propuso "hacernos" un pendiente juntos. "
Sí, uno aquí arriba, que yo abajo ya tengo y para que sea distinto", recuerdo que sugerí. Y, así, siendo conejillos de indias de una estudiante en prácticas en una farmacia, alcanzamos nuestro primer reto romántico como pareja y nos convertimos en unos de los primeros de nuestra generación (en esta isla) en lucir un pendiente fuera de sitio sin pertenecer a ninguna tribu urbana.
Estuvimos juntos unos tres años, mi relación más larga hasta que llegó
Juan. La esquina que construyó en mi corazón en aquel tiempo se convirtió en imborrable cuando un año después de separarnos, él falleció inesperadamente. Creo que aún no me he hecho a la idea, pero es lo que me pasa siempre cuando se trata de alguien que me importa: se lo que ha sucedido pero mi cerebro no lo asimila tal cual, sino que me hago a la idea, involuntariamente, de que se ha mudado a otro lugar o algo así, muy lejos, y es por eso que ya no nos vemos.
Seguí llevando "su" pendiente hasta no hace mucho. Era un vínculo que nunca quise eliminar. Sin embargo, un día me di cuenta de que podía quitármelo y dejar cerrar el agujero. Sospecho que estaba preparada, al fin, para dejarlo ir y, ambos, descansar en paz. La cicatriz que dejó en lo alto de mi oreja izquierda es la señal de que hubo un tiempo que fui lo suficientemente desobediente para encontrar a alguien a quien amar con mi corazón joven, inexperto e inseguro, y recordarlo toda la vida como el rayo del sol que era y que él nunca supo que era.
(Foto de arriba de Natalie Suárez del blog
Natalie Off Duty, luciendo este
ear cuff que seguro no se parece en nada al que llevábamos nosotros, aunque también seguro me lo pondría cada día si tuviera la suerte de tenerlo en mi joyero junto al que aún guardo. Me he hecho mayor, si.
Y la de abajo, pertenece
al DIY que en
Honestly WTF proponen para hacernos nuestro propio pendiente).
Que tengáis buen puente.