Breves historias de un paréntesis es la serie que comencé la semana pasada, decidiéndome a compartir por fin algunas de las historias que escribo en mi cuaderno, y que narran momentos sencillos de este inciso geográfico que estamos viviendo durante unos meses. Éste es el segundo relato corto.
Ya está en el mar. Entra mientras amanece. Cada día, no falla nunca. Lo diviso desde lejos, es sólo una silueta oscura sobre un manto plateado y me pregunto si será la misma persona que vi ayer y que veré mañana. Siempre solo, mirando hacia el horizonte, aguarda sentado sobre su tabla a que aparezca la que ha venido a buscar. No parece importar si el azul lo recibe en calma o agitado, él no falta a la cita y la espera paciente.
De repente, curioseando su contorno, me asalta la duda: ¿será joven o mayor, tal vez un adolescente, quizás una mujer...? Miro hacia atrás, mis ojos buscan los prismáticos que mi abuelo usó, con los que mi padre descubrió y con los que ahora yo espío a diario pequeñas barcas y gaviotas. Los localizo y hago el amago de levantarme a por ellos. Un silencio. Me paro en seco. Vuelvo la cabeza hacia donde su trazo ondea arriba y abajo, y deshago mi movimiento lentamente, igualando el ritmo del suyo.
- Mejor así, sin conocernos.- me digo. Sólo uno de los dos sabe que el otro existe.
Mil gracias por leer y por vuestro apoyo. Si no visteis el de la semana pasada y os apetece, podéis hacerlo aquí.
P.D. La foto no es de un amanecer sino de un atardecer. Pero las nubes, el sol y el mar están igual de guapitos.
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