24 de septiembre de 2012

Sacrificios


Hace unos días oí una conversación de ficción entre dos personajes sobre los sacrificios, pequeños y grandes, que debemos hacer a lo largo de nuestras vidas. Uno de ellos, el más sabio, le decía al otro, el indeciso, que son cosas que había que hacer. En aquel caso sugería al indeciso aparcar su orgullo y volver a acercarse a su mujer, que tantas veces le había personado lo imperdonable y que tanta paciencia había demostrado tener en innumerables ocasiones. Para convencerlo relataba algunos ejemplos de allegados a los dos, como el de una compañera de trabajo que, tras varios desengaños amorosos, había decidido no volver a entablar una relación con ningún hombre pero que, siguiendo su consejo, había acabado por pedir una cita- ella a él- a otro compañero con el que sentía verdadera química y que sólo estaría en la ciudad unos días más; también su propio caso, buscar apartamento propio y dejar a la pareja con la que compartía piso hasta ese momento disfrutar de mayor intimidad y avanzar en su matrimonio dando los pasos que les apetecía dar; y por último el de un amigo cercano que un día, por fin, decidió escuchar a su mujer y sus necesidades y dejar de oírse sólo a sí mismo, lo que les había llevado al borde de la ruptura.

Los ejemplos que contaba pueden parecer más o menos relevantes, según quién los lea. No es que ninguno de estos casos sea de vida o muerte y es que, aunque los sacrificios que hacemos en otras ocasiones son muchísimo más grandes, afortunadamente la vida no es siempre drama. Diría que 87% comedia romántica 13% drama. 

Pero "el sabio" de la conversación terminó diciendo algo que se que memorizaré: "Al fin y al cabo, los sacrificios son hacer algo que no queremos hacer de ningún modo". 

Muy cierto. Y si es así, ¿por qué a algunos nos cuesta menos que a otros hacerlos? ¿O qué es lo que nos impide dar el paso para hacer algo que no queremos hacer, incluso sabiendo que va a ser positivo para alguien que nos importa? ¿Es egoísmo o es miedo? Además, parece absurdo negarnos a hacer sacrificios que benefician a alguien que queremos, incluso si no conocemos al beneficiario, pues en la mayoría de los casos hacer algo bueno por alguien más, nos beneficiará también a nosotros. Ejemplos: si escuchamos a nuestro/a compañero/a y no sólo a nosotros mismos (caso de arriba), el resultado es bueno para ambos ya que mientras uno sentirá que también cuenta en la pareja al fin, el otro disfrutará de una relación mucho mejor; si nos deshacemos de toda esa ropa que no nos ponemos y nos resistimos a quitar, y se la damos a amigos que la quieren aprovechar o a desconocidos que la necesitan, muchas personas cubrirán necesidades mientras que nosotros nos quitaremos un peso de encima además de obtener unos cajones mucho más espaciosos (así los muebles de IKEA duran más, de verdad); o si en vez de gastar en algo superfluo que nos hacía ilusión desde hacía meses, empleamos ese dinero en comprar un ramo de flores a nuestra madre, o en invitar a una copa de vino a un amigo y charlar, o en coger el coche y viajar unos kilómetros hasta donde vive ese familiar o esa amiga que está pasando por un mal momento de salud para hacerle compañía. 

Siempre es más cómodo no hacer nada y quedarnos en el sofá haciendo lo de siempre. Pero dos cosas que he descubierto a lo largo de los años:

1. Quedándote en el sofá, el culo se pone gordo.

y 2. Es una locura seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. (Ésta me la chivó Einstein)


Foto via nd+

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