Cuando decidimos mudarnos a un pueblo en la montaña (cosa que Juan tardó casi dos años en convencerme que hiciéramos), mientras buscábamos casa recuerdo que le dije que no me importaban los metros cuadrados, ni si tenía una habitación extra, ni trastero para guardar las cosas que se llenan de polvo hasta que un día decides tirarlas, etc. Lo único que deseaba era una ventana o un balcón o una pequeña terraza desde donde poder ver la puesta de sol cada día. Obviamente olvidé un detalle importante, y es que a la hora en que el sol se va, me encuentro en la rutina diaria de dar de cenar, bañar y dormir a Teo. Así que hace más de un año y medio que no lo veo despedirse, a excepción de algún día que se ha hecho un poco tarde y nos coge por la calle volviendo del parque.
Al final no tenemos una vista bonita a la que mirar desde casa, aunque tenemos un balcón con dos sillas y unas velitas en donde estamos muy a gusto mientras tomamos vino blanco o cervezas 0'0 algunas noches. Pero desde el tejado (donde nuestro huerto espera ya sus brotes de invierno) anoche vimos una puesta de sol con más rosas y naranjas de los que pude encontrar en la caja de 30 ceras de Teo cuando bajamos. Es una suerte tener el tejado.
Esta ventana (al margen del mobiliario o falta de él), con esa vista, podría ser una de las mejores ventanas. Lo cierto es que sólo mirar la foto me parece que tenga los efectos terapéuticos de las vistas reales. Voy a buscar más ventanas imponentes y las iré compartiendo. ¿Os apetecerá verlas?
P.D: La misma casa de la ventana también tiene este saloncito de aquí abajo :O Si queréis ver el resto de las estancias, podéis hacerlo aquí.
Via 79 ideas.
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