Aún hay días en que ser madre me sigue pareciendo un desafío, a pesar de que Teo ya tiene dos años. A medida que crece, estoy notando que se hace más impaciente cuando quiere algo. A pesar de que, desde muy bebé, ha sido y sigue siendo muy tranquilo, convirtiéndose en un niño educado y tremendamente cariñoso, vengo observando este cambio: dejar claro su disconformidad de la manera en que puede comunicarlo y la impaciencia en algunas pequeñas cosas. Supongo que es normal. Como siempre he argumentado cuando se trata de los más pequeños, son personas no muñecos; por tanto, su carácter va mostrando más y más matices al tiempo que crece, y también esos matices se van modelando según aprende a lidiar con ellos.
Pero lo que encuentro más desconcertante es cómo me dejo impregnar por su impaciencia en algunas ocasiones, y me cuesta conservar la calma. Estos días no tengo cambiador, debo usar la cama para cambiarlo de ropa, lo que está resultando un verdadero reto. Al no estar acotado, gatea por nuestra cama y en milésimas de segundo ha desaparecido de entre mis manos, con el culito al aire y escondiéndose bajo las sábanas. Lo vuelvo a coger y se me vuelve a escapar. Una vez "atrapado", juega y salta y casi no puedo manejarlo para ponerle un pantalón o una camiseta. Al final empleamos quince minutos en vez de cinco y el dolor en mis lumbares es indescriptible. Se que el cansancio nos juega malas pasadas a las madres constantemente, que un día en que hemos dormido ocho horas del tirón amanece de color rosa pastel con purpurina mientras que las noches cortas se traducen en días nublados, que una sonrisa o un beso de nuestros hijos anulan cualquier pena o enfado, pero tengo que reconocer que no me ha gustado nada cuando, tras la lucha interminable por la cama -cuando lo único que necesito es vestirlo y salir de casa- me oigo hablándole enfadada, con un tono de decepción, extenuado, y él se queda quieto, mirándome con esos ojos tan dulces, y una de dos: sonríe o aún peor, horror de los horrores, me abraza mientras dice "mamáaa".
Al parecer, nuestros niños tienen la capacidad de hacernos sentir tanto la mujer más valiente, bonita y divertida... como la peor persona del mundo. ¿O soy yo sola?
Some days, I still find parenting a challenge, even when Teo is already two years old. As he grows up, I'm noticing that he is getting more impatient when he wants something. Although, he always has been and remains very quiet, has been turning into a very polite and extremely affectionate child, I've watched this change: both a need to make clear his disapproval in the most evident way he can, as impatience on a handful of things. I guess it's all normal. As always I have argued when it comes to this tiny ones, they are just people, not dolls, so his nature is showing more and more nuances while growing up, and those nuances are shaping themselves as he learns to deal with them.
But what I find most disconcerting is how I let myself be filled with his own impatience at times, finding hard to stay calm. These days I'm not enjoying a changing table, so I'm using the bed instead. So. This is proving a real challenge. As not being limited, he crawls around our bed and it will be just a second to get himself away from my hands, bottom-naked and hiding under the covers. I'll get him back to me and escapes all over again. Once "trapped", he tries to play and jump and I can hardly manage to put a pair of pants on or a simple t-shirt. In the end we spend fifteen minutes instead of five and the pain in my lower back is indescribable. I know fatigue plays tricks on us moms constantly; that it looks very different that day we slept eight hours through the night- on pastel pink and glitter- while short nights translate into cloudy days; that a smile or a kiss from our kids cancel any sadness or annoyance. But I have to admit that I didn't like at all -after an endless struggle on the bed when all I needed was to get him dressed and leave the house- listening to myself by talking angrily, with a tone of disappointment, pretty exhausted, and he just stands still, looking at me with those sweet eyes, and then, one of these two: he smiles or even worse, horror of horrors, hugs me while saying "mamaaa".
Apparently, our children have the ability to make us feel as the most beautiful-braver-funny woman... as the worst person in the whole world. Or am I alone in this?
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