Con esto de que llega Halloween, estaba pensando en algunos terrores.
Ayer, hablaba con Teo sobre Papá Noel; ya sabe quién es y en qué trabaja. En un momento dado, me pidió verlo en vídeo, así que no me lo pensé y lo busqué en esa ventana al mundo real e imaginario que casi todos tenemos en casa: el Ipad. Encontré rápidamente uno en el que un Santa Claus -seguramente sueco o danés- entre montañas de nieve y árboles muy altos, preparaba su trineo tirado por renos reales, cargando los paquetes en la parte de atrás. Al terminar, vuela hacia las casas de los niños que le han enviado cartas y cuyas direcciones lleva bien anotadas junto a lo que piden por Navidad, en un pergamino perfectamente enrollado.
Vimos el vídeo unas cinco veces. Teo permaneció atento a la pantalla y sin perder detalle y, cuando terminaba, pedía verlo otra vez, y no todo lo educadamente que debía, por cierto. Cuando el llegó el momento de dormir la siesta y apagar el Ipad, entró en un estado de desesperación asombroso al darse cuenta de que no podía ver más a Santa Claus. Sin entrar en pormenores, acabé teniéndolo que dormir en mis brazos, meciéndolo y cantándole.
Hacía mucho que no se dormía así.
Esto me hizo pensar en la ilusión tan grande con la que vivimos la etapa de creer en Papá Noel y en Los Reyes Magos, y hasta qué punto puede hacernos sufrir también. La gran mayoría de los padres no dudamos en hacer experimentar también esta fantasía a nuestros hijos, imagino que pocos los privarán de ello ya que, socialmente, sería prácticamente imposible, incluso cruel. Pero lo cierto es que la desilusión que acompaña el momento de enterarnos de su inexistencia se queda, también para siempre, en nuestra memoria. ¿O no es así?
En mi caso, recuerdo vivamente levantarme de la cama y ver al final del pasillo a dos Reyes Magos colocando regalos en el suelo, tras la puerta acristalada del salón de casa de mis padres. Mi hermano se reía de mi sin parar cuando lo conté en el desayuno, a la mañana siguiente. Cuando supe la verdad, un tiempo después, la caída fue mayor porque, por desgracia, fui la última en enterarme en mi grupo de amigos, y entre ellos y mi hermano, la mofa fue sonada. Supongo que el tipo de persona que eres también influye en estas cosas. Personalmente, adoro vivir en mi mundo de fantasía incluso ahora, así que, conocer la verdad, averiguar que nadie venía en camello desde oriente, que los caramelos que aparecían alrededor de los regalos no habían llegado allí mágicamente, que las galletas que dejaba para ellos se las comían mis padres y que aquel traje rojo que parecía tan esponjoso y suave en realidad era más rasposo que un estropajo usado, fue un verdadero drama.
¿Pasará Teo por lo mismo que yo? Espero que no. Pero, ¿cómo evitarlo?...
¿Cómo vivisteis ese momento vosotros? ¿Os plantearíais no dejar vivir a vuestros hijos esta fantasía con tal de evitarles el posterior sufrimiento? Es que con el "la vida es así y tienen que aprender", hay que ver lo que tragamos!
(Imagen original de fuente desconocida, via Pinterest)
Bueno a mi me daban pánico los reyes, como es que tres hombres, que nunca habías visto, entraran de noche en tu casa y encima a beber?¿ Yo personalmente me alegré por que no podía dormir... que triste pero por eso siempre me ha gustado más Papa Noel, sólo es uno y está mayor.
ResponderEliminarRealmente me parece un tema complicado ya que para dar ilusión nos basamos en una mentira...
ResponderEliminarAlgunas veces pienso que quizás es mejor en su momento explicarle la verdad a la peque. El espíritu navideño puede disfrutarse igual pero me invaden sentimientos de mala madre por hacer crecer a mi hija demasiado rápido y al margen de los demas niños...
Un buen tema la verdad ,)